Entre semáforos y cruces peatonales.
Laura B. Montes de Oca B.
Hace más de un año vivo en una ciudad canadiense. Desde los primeros meses en este nuevo escenario fueron evidentes para mí elementos de la vida cotidiana que antes pasaban desapercibidos. Las actividades relacionadas con el cambio de estaciones fue uno de ellos. En otro momento compartiré mis impresiones al respecto, pero en esta entrega para el Blog quisiera hablar de otra cosa. No del otoño o el invierno y la forma en que mis actividades cotidianas cambiaron a causa de tener que permanecer encerrada, sin la posibilidad siquiera de abrir las ventanas porque afuera había un clima nunca experimentado por mi cuerpo latino.
Lo que
quiero compartir en estas líneas tiene que ver con mi movilidad como peatona y
como automovilista. En la Ciudad de México, donde habité la mayor parte de mi
vida, tenía que usar una armadura ya fuera como peatona o como
automovilista. Esa armadura simbólica me permitía sobrevivir la jungla
urbana, sus usos y costumbres, sus violencias y sus convulsiones.
Como
peatona en Calgary, la ciudad canadiense que habito, me doy cuenta del poder
que tengo frente a los automovilistas. Como conductora de automóvil, a su vez,
soy consciente de normas escritas y no escritas de las que antes no había cavilado.
Les pongo algunos ejemplos: Cuando, como automovilista, llego a un cruce donde
tengo que invadir la acera peatonal o el paso de peatones ya no sólo miro hacia
donde vienen los automóviles, cosa que era habitual para mí en la Ciudad de
México. Ahora miro hacia los dos lados a fin de cuidar que no vengan autos,
pero tampoco peatones. En los semáforos espero no sólo mi luz verde, debo ser
consciente de la luz verde que tienen los peatones a la hora de dar vuelta
continua a la derecha. Como automovilista, para cambiar de carril pongo la
direccional, no sólo doy el volantazo. Soy consciente de las demás personas y,
pienso, ellas son conscientes de mí. Conducir no implica ganarle a la gente de
otros autos, sino tenerla en consideración.
Bajo esa
lógica, como peatona me siento empoderada y arropada. Como peatona me doy
cuenta de las reglas para autos, pero también para quienes vamos caminando en
las calles. No cruzar en medio de una calle o avenida, esperar la luz del
semáforo, saber que un automóvil va a parar porque yo voy a atravesar la calle en
una esquina ahí donde no hay semáforos porque aquí los peatones tienen
prioridad.
Todos esos
detalles de la vida cotidiana me hacen pensar en la forma en que nos movemos
por el mundo sin ser conscientes de nuestros pasos, de las reglas que seguimos,
de las reglas que siguen los demás. Tan sólo nos movemos como una marea, por la
inercia de la costumbre. Pero cuando cambiamos de escenario esos pequeños
detalles se nos revelan como grandes acontecimientos. Entonces tomamos conciencia
y modificamos nuestros pasos.
Esta experiencia me sirve para compartir con
ustedes la importancia que tiene el cambio en nuestras vidas. Porque la vida es
cambio y el cambio es vida. Porque cuando pensamos en esos pequeños detalles de
nuestra vida cotidiana somos capaces de remontar las mareas, de modificar
inercias, de cambiar el mundo.
Between traffic lights and pedestrian crossings.
I have been living in a Canadian city for more than a year.
From the first months in this new scenario, elements of everyday life that had
gone unnoticed before were evident to me. Activities related to the change of
seasons was one of them. Another time I will share my impressions about it, but
in this letter for the Blog I would like to talk about something else. Not from
the fall or the winter, and the way my daily activities changed because of
having to stay indoors, not even able to open the windows because outside there
was a climate never experienced by my Latin body.
What I want to share in these lines has to do with my
mobility as a pedestrian and as a motorist. In Mexico City, where I lived most
of my life, I had to wear an armor either as a pedestrian or as a driver. That
symbolic armor allowed me to survive the urban jungle, its uses and customs,
its violence, and its convulsions.
As a pedestrian in Calgary, the Canadian city I live in, I
realize the power I have over motorists. As a car driver, in turn, I am aware
of written and unwritten rules that I had not thought about before. I will give
you an example: When, as a motorist, I arrive at a crossroads where I must
invade the pedestrian sidewalk or the crosswalk, I no longer look only where
the cars are coming, which was usual for me in Mexico City. Now I look both
ways to make sure cars don't come, but neither do pedestrians. At traffic
lights I not only wait for my green light, but I must also be aware of the
green light that pedestrians have when turning continuously to the right. As a
motorist, to change lanes I put on the turn signal, not just swerve. I am aware
of other people and, I think, they are aware of me. Driving does not mean
beating people from other cars, but taking them into consideration
Under that logic, as a pedestrian I feel empowered and
protected. As a pedestrian I am aware of the rules for cars, but also for those
of us who are walking on the streets. Do not cross in the middle of a street or
avenue, wait for the traffic light, know that a car is going to stop because I
am going to cross the street at a corner where there are no traffic lights
because pedestrians have priority here.
All those details of everyday life make me think about the
way we move through the world without being aware of our steps, the rules we
follow, the rules others follow. We just move like a tide, by the inertia of
habit. But when we change the scene, those small details are revealed to us as
great events. Then we become aware and modify our steps.
This experience helps me to share with you the importance of
change in our lives. Because life is change and changing is living. Because
when we think about those little details of our daily life, we can overcome the
tides, to modify inertia, to change the world.
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